Tenerlo conmigo, esa es mi razón. Su amor, mi propia religión.

Y cuando sientes que quieres tirar todo ahí está él. Único. Importante. Es mirar sus ojos color chocolate y ahí está. Esa razón que buscabas para seguir. La encuentras. Esos labios carnosos son la tentación; y probarlos implica un pasaje directo al infierno. Y al cielo. Es encontrar tu propio paraíso personal. Que con sus maneras, gestos y caricias pierdo la cabeza. Y me gusta. Me gusta que conozca mis debilidades y mis fortalezas, que me ayude a superar mis problemas pero que me deje afrontarlos sola cuando es necesario, que me conozca más que yo misma y me deje ser auténtica. Estoy agradecida de tenerlo conmigo.
Gracias por ser mi razón.
Viernes. Vestida para matar. Con ganas de comerme la ciudad a trocitos. Es una noche más. Risas cómplices, algún que otro tropezón por algún trago de vodka de más. Música y buena compañía, de esas que sí saben llamarse amigas. Todo pronostica la mejor noche de mi vida número 100.
Pero de repente, algo sucede. Aparece él en escena. Y no puedo dejar de mirarlo, tampoco quiero hacerlo. Tiene una especie de imán que hace que sea imposible quitarle los ojos de encima. Es algo prohibido y eso lo hace más tentador, mas irresistible. Un cruce de miradas bastó para saber que esa persona no sería alguien indiferente en mi vida, que tarde o temprano nuestro momento llegaría.
Algo dentro de mi tembló esa noche, una conexión se formó, algo que no se puede explicar con palabras, puro sentimiento.
No estaba equivocada, este es nuestro momento.
Y tenemos para rato.